Un aroma delicioso y fresco me da en la nariz cada
mañana cuando despierto en nuestra cama. Aunque él se levanta más temprano, siempre
deja entre las sábanas un olor suave y sabroso de su crema corporal. Al pensar
en paladear el gustoso té que me prepara al levantarme, salto de la cama y me
dirijo corriendo a la cocina. Su fragancia, aquel olor agradable y suave que
desprende al acercarse hacia mi, olor a jabón, su perfume caro, es para mí como
una golosina soñada para un goloso. Así como la gente que peca de gula come
mucho, no por tener hambre, sino por el placer de comer quiero abrazarlo para
poder saborear su dulzor, para nada nauseabundo, no por necesidad, sino de
muchas ansias. Nunca antes había catado labios tan endulzados. El amor azucara
cada beso de pareja. Un beso, un abrazo, una mirada, o cualquier otra cosa, ya
nada es insípido, ni insulso. Lo único amargo es el café que se olfatea de la
otra habitación de nuestro piso. Primero percibimos el ruido del hervidor de
agua, es Kasia preparándose su bebida energética para poder existir con
dignidad. Al oirnos en la cocina, se asoma por un poco de leche de la nevera.
Yo, la fanática de té, odio el café, no puedo aguantar su hedor. ¡Es que
apesta! Mi compañera de piso se relame con cada sorbo, aunque un poco agrio y
amargo, lo considera delicioso. Mi Joaquín comparte su pasión, sin embargo, no
sin unas cuantas correcciones. Lo principal es endulcorar. De esta manera, de
ácida la bebida se transforma en empalagosa, si o si, sigue con la misma
fetidez. Me alegro de no compartir gustos con mi amiga y mi novio, así nunca
nos robaremos nada.
piątek, 24 czerwca 2016
niedziela, 12 czerwca 2016
Lo que ven mis ojos...
JOAQUÍN. Cuando lo vi por primera vez, mis ojos se dirijieron al identificador correspondiente a su puesto de trabajo, quedé deslumbrada con resplandor de su plástico barato. No sabía que este nombre con el tiempo me traería a la mente la imagen de uno de los símbolos que más asociamos con el amor, una manzana, fruta de color de sangre, cuyo brillo deja ciegos a todos los enamorados.
Ahora, cada vez
que la bola grande y dorada ilumina al mundo con su fuerza, antes de que
él se desadormezca de la profunda oscuridad, yo contemplo sus plácidos y a la
vez característicos rasgos españoles, herencia de los moros. Su pelo al igual que su barba, ya con un par
de canas, representa orgullosamente a los morenos. Todo espeso y poblado se enreda
de una forma sensacional al acariciarle
la cabeza de un tamaño corresponiente a dimensión de su cuerpo. Sin gafas y aun
con problemas de vista puedo divisar unas cuantas arrugas en su frente debidas
a la edad. Son finas y diminutas, pero bastante notables a primera vista. Él,
al abrir sus ojos me ataca con una mirada fulminante por lo cual la mía por un
momento cambia a la huidiza. Mansa expresión de su cara crea un ambiente liso y
suave como si de una cáscara de melocotón se tratase. Ya nada vuelve a ser como
antes. Sus mejillas, o más bien mofletes, cobran un color de campo lleno de
brezo floreciendo. Entre los pómulos escondidos hay una nariz, para nada respingona
pero se podría decir peculiar. Sin
demora paso la vista a los labios, gruesos y carnosos, en los que pongo mayor
interés, especialmente cuando pronuncian TE AMO.
La canción del día:
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